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ISSN 1989-4163

NUMERO 24 - VERANO 2011

Viejoverderismo y Poder

Inés Matute

La erótica del poder. ¿Quién acuñó esa frase? Poder y sexo, por lo que se ve, comparten un elemento esencial: la testosterona, una hormona segregada por los testículos que influye en la agresividad, la complexión física, la agresividad y la actividad sexual. Hay quien dice que el poder es una cuestión de “hormonas”. Como el sexo en su vertiente animal – cada vez más indiferenciada de la humana, a poco que se fije una en las noticias que ofrecen los telediarios- tiene una incuestionable relación con la capacidad de dominación, de influencia. Con la capacidad para imponerse al resto del grupo.

Mal lo tiene el director gerente del FMI, el francés Dominique Strauss-Khan, que podría pasar el resto de su vida enchironado por un presunto – no tanto, hay muestras de esperma en las ropas de la muchacha- delito de violación. La misma semana,  “gobernator”  Schawarzenegger confesó que tuvo un hijo, hace diez años, con la señora que le limpia los retretes. A él, estos escarceos le han costado el matrimonio con una mujer culta, guapa y millonaria, pero la hormona es la hormona y algunos, más que levantarse de la cama en son de paz, parecen salir de toriles con una erección de dos palmos… Meses atrás, Moshé Katsav, ex presidente israelí, fue declarado culpable de dos delitos de violación, por los que pasará 16 años entre rejas. Los desmanes de Berlusconi, por su parte, merecían un capítulo aparte.

Estos son sólo algunos ejemplos prácticos- hay miles de casos en La Historia, y no sólo en los recientes casos de la política contemporánea- en los que hombres poderosos se han visto envueltos en escándalos sexuales, violaciones o públicas infidelidades. John Searle, profesor de filosofía en Berkeley, acierta cuando define el poder como “la habilidad de conseguir que los demás hagan lo que uno quiere, tanto si les apetece como si no”. Supongo que de un “error de cálculo” nacen esos abusos y excesos a los que ya casi nos hemos acostumbrado. Pero, ¿qué ocurre si comparamos el comportamiento del hombre y el del chimpancé?
Tras décadas observando el comportamiento de los monos, Jane Goodall concluyó que la fuerza última que conduce a los machos a mejorar su estatus dentro de la manada es maximizar su potencial reproductivo a costa de sus competidores. Es decir, que el sexo afianza una posición dominante. En otras palabras: Quien más copula, manda. Y algo de eso debe haber en el comportamiento de muchos políticos y grandes hombres del siglo XX, cuyos índices de infidelidad, poligamia y conquistas sexuales de todo tipo – pensemos en Mussolini, en Trujillo o en Idi Amin- marcan una buena diferencia con respecto al resto de los mortales. Cabría de ello deducirse que, cuanto más poder se ostenta, mayor promiscuidad sexual.
Moraleja: Viejos verdes del mundo entero, no os contentéis con mirar a las niñitas bajando por el tobogán y rezando para que abran las piernas en tijera. Buscad vuestra parcela de poder y conseguid lo que queréis por la patilla.

Es broma. Personalmente, todo este asunto me da muchísimo asco.

Viejoverderismo

 

 

 

 

 

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